Este año salí morado pero vivo de una depresión. Pintaba mal. No estoy hablando ni de cura ni de recuperación, sino de tránsito por un infierno. Aquí toca un lugar común. Me atropellaron pero hay luz al final del túnel.
Y arranco este escrito así, sin eufemismos ni adornos. Sin miradas tangenciales ni rebusques, porque lo estoy escribiendo con un fin absolutamente concreto y es sugerir pedir ayuda justo en el momento en el que no hay ni fuerza ni ganas de hacerlo, y lo que sobra es un montón de vergüenza.
Pedí ayuda y aquí estoy. Se la pedí a la Iglesia y se la pedí a la medicina.
Toda la vida he sido taciturno, solitario, tímido, le huyo al ruido, me pone nervioso el contacto físico porque no lo se manejar y soy bastante callado. Eso no es ni bueno ni malo. Uno o nace así o se va haciendo así. En psicoterapia me dijeron que probablemente por eso lidio bien con la fama, porque la vivo como un personaje y luego me retiro a mi encierro. Para quiénes están a mi lado, a ratos es complicado porque una persona muy callada a veces tiende, sin proponérselo, a ser críptica.
El punto es que muchas veces he estado triste por períodos y no es una sensación que me resulte ajena o incómoda. Total no es que yo ando por la vida buscando a la euforia como si fuera una droga y estar triste no es que es malo. Cortarse las venas con un bolero a veces es bien sabroso. Aclaro esto porque este es el punto detrás de este cuento. No es que me puse triste, es que me hundí y no sabía salir de esa.
Como soy cerebral, no solo me lo mantuve callado sino que me sorprendió que pudiera seguir una vida normal. Nunca falté al trabajo ni dejé un solo compromiso sin cumplir. Tenía sospecha de que algo más complejo se venía e hice un primer intento de hablar con mi socia-amiga María José y decirle que estaba muy triste.
Y un día.
Un día me acosté en mi cama y dormí la mayor parte de 36 horas. No hay un ápice de exageración. Dormí 36 horas. Si por alguna razón me despertaba, me dormía de inmediato para no estar despierto. Tengo que haber rumbeado mucho para dormir más de 8 horas, así que ese día y medio en una cama prendieron todas la alarmas.
Como soy católico mi esposa me sugirió que hablara urgente con un padre amigo. Lorenzo, que es como se llama mi amigo, vino corriendo a casa ese mismo día. En ese momento me atreví a verbalizar algo que me daba muchísimo miedo decir en voz alta. Le dije que no quería vivir. No es lo mismo decir “me quiero morir” a “no quiero vivir”. Esto apunta más a querer descansar porque ya no se aguanta más. Le dije que no aguantaba la vergüenza con Dios ante mi debilidad. Lorenzo me salvó en esa conversa. Gracias a él entendí que Dios abraza con amor nuestras debilidades y nos arropa hasta curar, y solo el diablo hace que nos avergoncemos por sentirnos tristes o fallar.
El padre Lorenzo también me dijo esto: si un día te caes y te quiebras un hueso, Dios te está diciendo que seas más cuidadoso la próxima vez que transites esa senda, pero en ningún momento está diciendo que él es quien te va a reparar el hueso.
Entendí. Así que salí rezando y a buscar urgente ayuda. Porque estaba claro que había huesos que soldar.
Ese mismo día llamé a mis amigos Jesús y Andrea, pareja de médicos amigos. Les dije que estaba muy asustado. Jesús llamó urgente a Evelyn. Y con Evelyn vengo reparando los huesos y, sobre todo, entendiendo el porqué camino algunos caminos y detectando con tiempo las piedras para no caer en el mismo sitio.
Una depresión es una enfermedad. Una que da mucha vergüenza. Cuesta mucho pedir ayuda y más cuesta entender que uno está enfermo. Y si, uno siente que morir es un descanso.
Vuelvo a ser yo. Un yo que sale distinto de un proceso, pero yo. Callado, lleno de proyectos, con un amor profundo por la vida, niño perenne. Vuelvo a ser un yo pero con herramientas que no tenía y que se las debo a la medicina. Vuelvo a ser un yo pero con un diálogo más franco con Dios.
Pero la mayor conclusión que saco de este 2021 es que me atreví a pedir ayuda. Recé y Dios me los mandó. Mandó a Sylvia, a Ma. José, a Lorenzo, a Jesús, a Andrea y a Evelyn. No hubo una sola persona a la que le pedí ayuda ese día que no haya corrido.
Pidan ayuda queridos. Dios solo está esperando que se la pidan para mandarles a la gente. No se escandalicen con su tristeza. Es totalmente reparable, pero hay que pedir ayuda.
Den ayuda queridos. Cuando se la pidan.