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INSTAGRAM Y EL ¡GUÁCALA!

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Comienzo a tenerle miedo a Instagram. No poco miedo. Mucho miedo.


La red se está convirtiendo en un dictador de lo que debe ser la estética de los platos. Ya no es únicamente que un plato “también entra por los ojos”, sino que debe ser “instagrameable”.


Y uno de los grandes perdedores en esta loca carrera frívola es el humilde estofado. El casero guiso. El puchero familiar.


Hay una palabra-expresión de uso en todo el caribe que es ¡Guácala! que se usa para expresar asco. Ni imaginan las veces que me escriben esa palabra en mis comentarios cuando publico una foto en Instagram de un estofado, una lengua en salsa, un pollo guisado, un estofado asiático.


Es tanto, que sin querer he comenzado a autocensurarme. Un ejemplo fue ayer (3 de noviembre de 2021). Mi Mamá me enseñó a hacer un estofado de cubos de pollo que se cocinan con un salteado en mantequilla de jengibre, curry hecho con la fórmula que ella me enseñó, cebolla y semillas de cilantro, y se termina estofando en yogurt natural. Debe ser el plato que más he cocinado y así lo conté en mi red social con todo y fotografía de la cremosa preparación.


Como era de esperar, muchos, los que llamo “la frívola generación Instagram”, en lugar de detenerse en la historia o en la receta escribieron desde consejos fotográficos hasta ¡Guácala! Terminé quitando la foto. Autocensura pura y dura.


Haga el ejercicio usted que me lee. Pasee por 100, no cincuenta ni veinte sino 100, cuentas de chefs en Instagram y dígame si en alguna ve un guisito o un estofado. Peor aún, luego de hacerlo dígame si no sintió que todos los platos de las 100 cuentas se parecen estéticamente. Es de llorar. No hay peor dictadura que la uniformidad de criterios. Es la máxima expresión de pérdida de la libertad.


Más allá de lo agresivo que es escribir ¡Guácala!, es triste. Si a mi me invitaran a una casa a comer y la persona que cocinó habla con orgullo de su plato; aunque yo lo detestara (por ejemplo, yo no trago el hígado de res) jamás diría ¡Guácala! porque no tengo ninguna necesidad de entristecer y opacar su alegría… pero ahora todos nos sentimos en redes con el derecho de decirle a otro en su casa: me da igual si eres feliz con lo que haces ¡Guácala!


Y así vamos, entre guácala y guácala, dejando de poner las foticos de nuestros guisos porque simplemente a nadie le gusta leer comentarios que entristecen.


Más allá de lo anecdótico y autorreferente en este caso, en serio me tiene muy preocupado. Las nuevas generaciones, esa juventud que en este momento se plantea vivir de la cocina, tienen a Instagram como modelo. Es responsabilidad de quiénes publicamos dar la pelea y explicar que un arroz revuelto con frijoles o un mondongo no es un guácala sino parte de nuestra historia. Que sin una lengua en salsa o un palo a pique llanero estamos fritos porque sin tradiciones ni amor hacia la cocina materna somos poco menos que fantasmas. 






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